El diputado y economista busca su reelección por la lista Potencia en la ciudad de Buenos Aires. Aunque en el gobierno de De la Rúa duró sólo dos semanas como ministro de Economía por la resistencia radical al ajuste a las universidades, critica el modo de recortar de Milei y defiende su abstención sobre la ley de financiamiento a las casas de altos estudios.
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Ricardo López Murphy duró sólo dos semanas como ministro de Economía del gobierno de Fernando de la Rúa en la crisis de 2001 porque quiso aplicar un ajuste fiscal que incluía a las universidades públicas pero los radicales, sus entonces correligionarios se resistieron y lo desplazaron. Diputado del partido Republicanos Unidos, ahora este economista encabeza la lista para su reelección por la alianza Potencia en la ciudad de Buenos Aires. Para senador lleva al general retirado Juan Martín Paleo, que condujo las Fuerzas Armadas en el gobierno anterior. En la provincia de Buenos Aires, la candidata a diputada de Potencia es María Eugenia Talerico, exvicepresidenta de la Unidad de Información Financiera (UIF, de lucha contra el lavado de dinero) en el gobierno de Mauricio Macri.
—Javier Milei emprendió un ajuste que define como el más grande de la historia humana. Cuando usted fue ministro de Economía intentó hacer un ajuste, pero la resistencia interna lo impidió…
—Muy distinta envergadura y magnitud. Nosotros teníamos un pequeño desvío sobre el acuerdo (con el Fondo Monetario Internacional, FMI). Era un ajuste de 0,6% del PBI. Ahora estamos hablando de un ajuste que es diez veces eso.
—¿Cómo califica el ajuste de Milei?
—Necesitábamos más que ajuste, consolidación fiscal, salir de desequilibrios imposibles de financiar porque no teníamos acceso al crédito y enfrentábamos una inflación demencial. La moneda estaba muy degradada. Los dos mecanismos que permiten financiar el déficit, la emisión monetaria y el crédito, estaban eliminados. No había alternativa, había que hacer una consolidación fiscal. Pero yo lo hubiera hecho de otra manera, con reformas estructurales, reglas más permanentes y no postergando la corrección estructural hasta después de las elecciones.
—¿Habría tocado los mismos gastos e ingresos?
—Lo que hubiera hecho es una reforma tributaria completa: reducción de impuestos al trabajo y aumento de impuestos de otra base que no sean evadibles. El gran problema argentino es la evasión, eso crea una realidad muy compleja. También hubiera hecho una reforma federal: no concentraría en el gobierno nacional tareas que en otros países cumplen las provincias, les transferiría el dinero y me evitaría el drama de administrar lo que el Estado federal no puede. Hubiera avanzado en reforma previsional y en la coparticipación. Todo eso, más la eliminación de subsidios, era imprescindible.
—En 2001 el ajuste que usted proponía era mucho menor. Sin embargo, ahora Milei hizo uno mucho mayor y al principio no hubo resistencia. Pero las elecciones bonaerenses parecen mostrar que finalmente sí hay resistencia. Antes había intolerancia, en 2023 y 2024 hubo tolerancia… ¿pero se terminó?
—No creo. En 2001 buena parte de nuestro liderazgo intelectual, político y económico ignoraba la gravedad de la crisis. Era una crisis extraordinariamente grave, causada por un shock externo brutal, producto de la crisis asiática, rusa y brasileña. Toda la región estuvo en crisis, no sólo nosotros. Ahora es distinto: la crisis surge de la incapacidad y la mala praxis del Gobierno para lidiar con problemas estructurales. No hubo programa adecuado. Lo que se hizo fue parcial, con una visión electoralista y sin hacer lo imprescindible: comprar dólares a más no poder. Vendieron dólares en vez de acumular, y así nos va.
—¿Hubo más tolerancia social al ajuste, pero ya se agotó?
—En 2001 era tan obvio lo que había que hacer. Lo único que hice fue aplicar el protocolo, como un cirujano cuando entra al quirófano. No había escapatoria. Ahora creo que hubo comprensión de las dificultades, que en 2001 no existía. Pero ahora la sociedad tampoco ignora los problemas: nadie quiere volver al pasado. Volver al kirchnerismo sería una locura colectiva. Pero la mala praxis del Gobierno genera resistencia, por lo que lo único que uno espera es que no se equivoquen.
—Queda el recuerdo de la resistencia radical a su intención del arancelamiento universitario.
—Nunca lo hubo.
–Ya sé, pero usted ahora se abstuvo en la Ley de Financiamiento Universitario, ¿por qué?
—El sistema educativo está muy mal. El 60% de los universitarios da una materia por año. Las carreras pueden durar 30 años. Tenemos casi el doble de estudiantes por habitante que Brasil y Chile, pero la mitad de graduados. En Chile se gradúa el 90%, aquí el 20%. Nadie estudia ingeniería o ciencias duras, todo el mundo elige ciencias sociales. Hay 35 facultades de Derecho en los alrededores de Retiro. Es un esquema mal pensado, en plena época de inteligencia artificial. Yo estudié siempre en colegios de gestión estatal, fui a la Universidad Nacional de La Plata y fui 35 años profesor. Creo en la universidad pública, pero el problema es hacer las cosas bien y que los fondos no vayan a alimentar a un grupo de vivillos.
—¿Cómo analiza la situación económica de acá a las elecciones y después?
—La situación es sumamente delicada. Hay una crisis de reservas aguda: menos de US$10.000 millones y se vendió a término entre dólar futuro y dólar alrededor de US$17.000 millones. Como hizo (Alejandro) Vanoli (presidente del Banco Central) antes de 2015, el último año de Cristina (Fernández de Kirchner como presidenta). Requiere después del 27 (de octubre, día posterior a las elecciones) un gran baño de humildad, primero reconocimiento de errores, segundo propósito de enmienda y después soportar el castigo por los errores.
—¿Qué hay que mantener y qué corregir dentro del rumbo económico?
—Hay que mantener y probablemente mejorar mucho. Argentina necesita superávit fiscal. Hay que dejar flotar la moneda y comprar dólares todos los días, unos 100-120 millones durante 200 días hábiles, es decir, llegar a US$25.000 millones anuales para pagar intereses, gastos de la deuda y acumular reservas. Se necesita un superávit comercial operativo de US$25/30.000 millones anuales y equilibrar la cuenta de servicios reales. Si no, no se van a poder recuperar reservas ni crédito. Nadie le presta a quien está en rojo profundo.
—¿Cuánto debería costar el dólar y qué impacto tendría?
—Eso no lo sabe nadie. Lo que hay que hacer es lo que hace el Banco Central chileno: todos los días hace una oferta de compra de dólares, cada media hora, sin preocuparse del precio. Compra siempre, con disciplina.
—Usted habló de castigo, ¿prevé un castigo electoral al Gobierno?
—No lo llamaría castigo, pero si no le fue bien, debe bajar sus ambiciones, reconocer errores y facilitar que el sistema político funcione. Vendrá otra gestión en 2027, es inevitable.
—¿Hay riesgo de una crisis como 2001, tanto económica como política?
—No, no enfrentamos circunstancias tan terribles. Al revés, ahora hay condiciones favorables. El dólar es moneda ancla, pero se devaluó brutalmente: cuando (Richard) Nixon (presidente de EE UU) terminó la convertibilidad oro en 1971, la onza valía US$35, ahora está a 4.050. Se devaluó 115 veces. Aunque nos parezca buena, es porque nosotros hicimos mal las cosas.
—¿Podrá gobernar Milei si pierde el 26?
—Sí, si todos somos sensatos, dialogamos y cooperamos, imponemos un principio de autolimitación y buen trato. Las sociedades que actúan así progresan rápido.
—Usted piensa que el Presidente hasta tendrá que hacer un giro personal, ¿deberá irse de retiro espiritual?
—Cuando se confiesa uno en la Iglesia Católica, primero reconoce la culpa, después propósito de enmienda y finalmente hace penitencia. Si uno se equivocó y quiere volver al ruedo, tiene que hacer cambios de fondo.
—Con boleta única, muchos votarán a Patricia Bullrich a senadora por La Libertad Avanza y a usted a diputado. ¿Cómo ve eso?
—Cuanto más me voten, mejor para el país. Lo espero de corazón.
—¿Las terceras vías tienen chances?
—Decir que no es un disparate. Esto no es una elección ejecutiva: en legislativas se elige el menos malo y se expresan las preferencias. María Eugenia y yo somos mejores que el actual gobierno; en nuestra lista no hay kirchneristas.
—En la capital quedó muy atomizada la tercera opción.
—Al romperse Juntos por el Cambio y suspender las PASO (primarias abiertas simultáneas y obligatorias), todas las fracciones quedaron sueltas. Nosotros logramos una alianza con partidos afines; creo que otras fracciones hicieron lo mismo. Sin PASO, es difícil unificar la oferta electoral. Las PASO seguramente volverán en 2027 y habrá ofertas más claras.
—Al final, las PASO no eran tan malas, ¿no eran tan caras, ahora que se habla de reimprimir boletas por la declinación de la candidatura de José Luis Espert?
—El problema no es el costo, es no tenerlas. Como con la salud: se valora la libertad solo al perderla. Las PASO con boleta única facilitan la gobernabilidad. Ahora el Congreso es un gran desorden. La gobernabilidad es un problema muy serio en la Argentina. No solo para este gobierno, sino históricamente. De ahí patologías como los DNU (decretos de necesidad y urgencia), que son más fáciles de conseguir que una ley.
AR/MG
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