
Imagina que quieres modernizar tu casa e instalas sistemas inteligentes: calefacción, electricidad, seguridad. Contratas una empresa y todo funciona bien, pero un día decides cambiar un proveedor y descubres que los sistemas están tan íntimamente integrados que separarlos es imposible. Llevaría años y una fortuna. Pero tú necesitas que la casa siga funcionando. Técnicamente, eres el dueño, pero si suben los precios o cortan el servicio, no hay nada que hacer: has perdido el control de tu casa sin percatarte, contrato a contrato. Imagina ahora que esa empresa no cree en tu derecho a decidir sobre tu propia vida. Un escándalo, ¿verdad? Pues eso es lo que pasa hoy con los Estados democráticos, donde un puñado de multimillonarios tecnológicos que abjuran de la democracia están comprando, pieza a pieza, sus infraestructuras críticas. Así lo refleja un informe de la economista Francesca Bria, quien documenta cómo los Peter Thiel y Elon Musk del mundo están construyendo lo que denomina autoritarismo tecnológico: una arquitectura de poder que controla las funciones básicas del Estado creando dependencia infraestructural y obviando el control de la política.






