Simone Biles en Buenos Aires: así fueron las 84 horas de la mejor gimnasta de la historia en la ciudad

La NaciónGimnasiaLa Nacion11/10/20252 Views

Lo que parece es que Simone Biles hace magia. En el suelo, en el aire. Cada vez que salta en el potro y muestra que su metro y cuarenta y dos centímetros tienen la potencia de la dinamita y gira por más grados de los posibles y cae de nuevo en la Tierra con la precisión de lo simple. Hace magia acá, una noche de octubre en Buenos Aires, cuando se para en la puerta de un hotel de Recoleta con su minifalda negra, su blazer negro, sus zapatos altos también en negro y consigue que nadie se le acerque para nada. Ella, la gimnasta más condecorada de la historia, la que superó a la gran Nadia Comaneci (la primera en conseguir la calificación perfecta), la de las 30 medallas (olímpicas y mundiales), la que tiene 12 millones de seguidores en Instagram, su propia serie en Netflix, cinco movimientos que se llaman como ella porque fue la primera en conseguirlos, está en el centro de la Ciudad como una más. A pocos metros hay turistas que toman café, empresarios que se reúnen con empresarios y ella se sube al auto sin interrupciones, nadie le pide un autógrafo, nadie le pide una foto, nadie le grita, nadie la interrumpe, nadie salta a su alrededor porque la emoción es completa. No. La escena parece irreal. Toda tan Simone.

La gimnasta de 28 años nacida en Columbus, Ohio, llegó a la Argentina en el marco del anuncio de la ciudad Capital Mundial del Deporte 2027. Esta noche en que sale del hotel es la primera que pasa en el país. Aterrizó en Ezeiza a las 8 de la mañana del miércoles 7 de octubre vestida con un jogging oscuro, gorro, gafas y luego fue recibida en el hotel de Recoleta, donde desayunó en el comedor como una más. De nuevo Simone. Un poco de frutas, un poco de cereales. Quienes la pudieron cruzar destacaron su amabilidad, su buen humor, su predisposición para aprender alguna que otra palabra en español. Buen día, gracias, de nada. Simone parece maga y curiosa. En un momento, aún sin actividades oficiales, mientras descansaba del vuelo que la trajo desde Estados Unidos, se rompió apenas la ilusión del lugar cuando un grupo de gimnastas se acercó a la puerta con carteles para saludarla y darle la bienvenida. Entonces no bajó, pero sí lo hizo después, con un caso en particular. El de Abril, una niña que la esperó con un moño rojo en el pelo y un mensaje en una cartulina que decía en colores y en grande “Simone soy gimnasta”. Ella, con un trench negro que le llegaba a la vereda, unas gafas de sol y una cartera cruzada, la vio, se le acercó, le dio un abrazo, una foto y además recibió un regalo: una pulsera con los colores celeste y blanco. Se la puso.

Simone Biles recibe en la puerta del hotel a una niña gimnasta

Horas después llegó la otra escena de Simone como si no fuera lo que es. La de la minifalda en el lobby del hotel de la calle Arroyo, la de las piernas esas tan suyas, los músculos dibujados con compás. Eran las 19.32 y se subió a un auto oscuro que ya la esperaba en la puerta junto a su coach francés, Laurent Landi, y su manager, Janey Miller. Se fueron a comer a la parrilla palermitana Don Julio. Ella misma lo contó unas horas más tarde, cuando en una charla pública dio detalles de esa cena y dijo que no sabía que el restaurante era tan conocido, que ella había llegado por TikTok y por un videíto de tequila (porque a ella, ella lo dijo, le gusta mucho el tequila), que había tomado muy buen vino y que había comido un bife de chorizo más grande que su cabeza. Hubo más platos: papas fritas, espárragos, repollitos de Bruselas, alcauciles, ensalada de rúcula y parmesano. Luego regresó al hotel. La magia también descansa.

Y se recluta, como una orden. Su visita no fue anunciada con estridencias, la información sobre su agenda fue entrecortada. Miles que querían verla en las dos actividades gratuitas que encabezó no pudieron hacerlo porque había que inscribirse por mail y se estallaron las casillas de solicitudes. Fue una revolución y un desorden. Hubo idas, hubo vueltas. Vamos a ver si se puede una entrevista mano a mano, es difícil, no, no dará entrevistas, sí solo a dos medios, llamalo a él, preguntale a ella, no depende de mí, te paso el contacto.

Simone Biles junto a dos argentinas que le pidieron una selfie

***

Simone es hábil. Ya de pequeña lo era, lo dicen esos videos que siempre se viralizan de ella, una mortal atrás en el living de casa, sin previa de nada, la rutina que hace en suelo con el tema de Taylor Swift, ese un triple doble, dos volteretas y tres giros en el aire, no se entiende. Por eso es maga. El miércoles a las 0 posteó en Instagram una foto del BA hecho de plantas que se ve en el cruce de 9 de Julio y Corrientes. Ahí avisó. Acá estoy. A las 10 de la mañana su primera actividad oficial fue reunirse con el jefe de gobierno porteño, Jorge Macri. Simone bien podría confundirse con embajadora, diplomática y qué más. Hola, qué tal, de frente a la cámara, los regalitos, sonrisa, una muñequita de Mafalda, un mate. Gracias, qué placer estar acá. Simone presidente.

Jorge Macri recibió a Simone Biles y le regaló una pequeña Mafalda

Un rato después, a las 10.44, brindó una charla ante más de trescientas personas en la que habló de su comienzo en la gimnasia, de su infancia, de lo que fue para ella estar en un hogar de huérfanos, de la presión de estar en la cima, de la popularidad, de las agresiones en redes sociales, de esa dependencia, de lo clave que es su terapia, de la fuerza que le da su círculo íntimo, sus padres, su esposo, de su futuro, Simone, una vez más, y lo inentendible. Los Ángeles 2028 aún es posible. Para cerrar, las perlitas. Simone también es joya. Le mostraron fotos de personajes para que dijera algo de cada quien. El primero fue Messi, con la 10 de la selección argentina. Ella lo miró, supo que la estaban escrutando, que tenía que decir algo fuerte. Fue esto: es una leyenda, está haciendo algo grande. No lo nombró, no le dijo Lionel Messi, no le salió, no supo o no quiso. Pero fue una diosa en la situación, tan firme como cuando sale de sus rutinas pese a la presión que aplasta. Simone es la que sabe sortear hasta la fuerza de gravedad.

12.06 dio una conferencia de prensa para solo cinco medios. LA NACION fue uno de ellos. Hizo dos preguntas.

Simone Biles durante la charla en Parque Patricios

-¿Cómo te gustaría que te recuerden cuando te alejes de la gimnasia?

-Espero poder ser recordada por el trabajo que hago en la comunidad, tanto alrededor de EE.UU. como del mundo. Por el trabajo con los chicos que están en casas de acogida, que quieren ser adoptados. Quiero que me recuerden por romper estigmas, borrar barreras, forzar los límites más allá. Con la organización con la que trabajo, Friends of the children, ya hemos logrado que muchos de ellos lleguen a la universidad gracias a becas. Eso quisiera. Ser recordada por eso.

-¿Hay algún movimiento que te quede por conseguir?

-Tengo cinco de ellos que llevan mi nombre, los Biles, y tenía uno que quería concretar si llegaba a ser finalista en barras asimétricas en París. El Weiler full and a half. Iba a ser nombrado con mi nombre también si lo lograba. Pero no ocurrió y está bien igual, tengo más de lo que hubiera soñado. Y me siento bien, estoy contenta.

12.25 terminó el mano a mano y se le acercó una nena que no había parado de llorar durante la charla. La miraron como pidiendo permiso, esperaron la aprobación. Pero Simone lo hizo simple: abrazó a Amparo y la relajó: so cute, so cute (Tan linda, tan linda…). Pidió un fibrón, se acuclilló en una mesita con sus stiletos nude y le firmó la mallita del club. Amparo siguió llorando. A un periodista, que rompió el tono tranquilo de los demás y la interrogó con ímpetu, voz en alto y el entusiasmo de un animador de televisión, lo chicaneó antes de que terminara la pregunta: “Ah, sos perfecto para esto, ¿eh?”. Y rio aniñada, divertida.

Horas después, de nuevo algo de magia. La Simone ahora adulta, también con sonrisa, acompañada de un vaso de fernet. Primero dijo tengo miedo con la voz más aguda que de costumbre, así suena cuando rompe apenas su propio protocolo. Segundo lo probó y siguió: “Sabe rico, sí sí es rico, no es muy fuerte, quizá estoy loca, suena a un buen momento, esta es mi gente ehh”. Las pestañas largas le tintineaban. La diplomacia, presente. Ya faltaba poco para las 15. Estaba en un asado en un hotel de La Boca junto a autoridades y atletas. La carne la hicieron a la cruz.

En Buenos Aires Simone Biles probó el fernet

Por la tarde no tuvo actividad oficial. Volvió al hotel de la calle Arroyo, se cambió, se vistió con un conjunto en verde seco y fue a cenar al Croque Madame de la calle Libertador, ahí pegado al Museo Nacional de Arte Decorativo. En la noche lo que importó fue el postre, a puro dulce de leche. Simone, maga y dulcera. Volcán de dulce de leche, panqueques con dulce de leche, varias cajas de alfajores a la valija, esos se comen en casa.

Simone Biles en un café de Recoleta

***

Ella podría ser una estrella del pop. El pelo, la ropa, el maquillaje, las uñas largas y en tendencia, los anillos, el brillo. El jueves por la mañana repitió el desayuno: frutas, yogur, granola. Y mantuvo el anonimato. Eso que hace Simone, bravo. Como otro de sus records. A las 14.15 hizo la única entrevista mano a mano que dio en sus 84 horas en Buenos Aires, un compromiso a cumplir con quienes organizaron su gira porteña. Salvo ese, todo pedido fue un lo intentamos pero no, nos dicen que no quiere multitudes, nos dicen que no quiere mucha agenda, nos dicen que está el tema de sus cláusulas contractuales. Simone es maga, es hábil, es una popstar, es exclusiva. En fin, ya lo había mostrado su talento. Minutos antes de las 15 llegó al Obelisco en el bus turístico de la Ciudad, cerrado para ella. Lució un blazer negro oversize, un minishort, una remera ajustada y unos mocasines de charol con hebilla. Simone, la elegante. Fue un poco más el lema que acompañó sus días acá: “La mejor atleta de la historia en la ciudad más linda”.

Simone Biles en su visita al obeliscoSimone Biles en el Obelisco

Se subió al mirador del monumento, un drone de LA NACION captó el momento en que se asomó por la ventana. De nuevo ahí, su metro y cuarenta y dos centímetros ante la inmensidad de la ciudad, como una metáfora de lo que ella es y significa: un cuerpo pequeño, una figura inmensa de mil aristas. En la foto se la vio asomada, mirando su celular, tal vez ella también estaba tomando una foto. Bajó y de nuevo tronaron los “Simone, Simone…” de los alumnos de un colegio que justo pasaban por allí y la vieron entrar. Otros, curiosos o amigos de, pero pocos, la rodearon en la salida del mirador, le dieron regalos y aprovecharon para alguna selfie fugaz. Debería haber sido un escándalo de gente pero de nuevo, Simone en su versión maga.

Algunos gritos, las manos arriba, la sonrisa plena, unos pasos y subió otra vez al bus amarillo. Se asomó por la parte descubierta, regaló otros gestos de gratitud y se escurrió a la parte de adelante, donde están los asientos con aire acondicionado. Se sentó en la primera fila y sacó fotos. Siempre rodeada de cámaras, siempre popstar. El colectivo avanzó por la 9 de Julio y Simone se perdió entre los colectivos de línea, los autos, las motos, los semáforos, ese horizonte tan porteño.

Simone Biles visitó el Obelisco de Buenos Aires durante su paso por la ciudad, en el marco de su distinción como 'Huésped de Honor' y la designación de Buenos Aires como Capital Mundial del Deporte 2027.

A las 18.18 empezó la clínica. Y la clínica fue un lío. Las casi 10 mil personas que colmaron el estadio Mary Terán de Weiss del Parque Olímpico de Buenos Aires solo querían dos cosas: ver a Simone, que Simone los vea. Por eso la previa se hizo larga, mientras unas 100 gimnastas de distintas categorías, clubes y programas mostraron sus dotes en los aparatos donde en breve se pararía ella. El estadio parece un boliche gigante: la música bien fuerte, los animadores, los alaridos ante la promesa de Ya falta poco, ya llega Simone. Y cuando Simone llega los gritos se convierten en uno, estruendoso y colectivo. Hasta desgañitar. No pararán de serlo en la menos de una hora que durará la actividad. ¡Simone, Simoneeeeeeeee! ¡Acá, Simone, acá! A nadie le importó nada por fuera de Simone: ni los ejercicios que explicó Laurent, el coach de ella que fue quien llevó adelante la clínica para niñas de hasta 12 años, ni las indicaciones de cierto orden que intentaron los moderadores.

Las tribunas fueron una locura, todos desaforados. Abajo, sobre la pedana de suelo en el que se desarrollaron la mayoría de los ejercicios, las pequeñas gimnastas no pudieron concentrarse en las ejecuciones. A mitad del movimiento ya miraban a Simone. A ver si Simone las miraba. Hicieron fila, esperaron el turno para pasar. Volvieron a mirar a Simone de reojo y casi como cometiendo un delito las que pudieron tomaron los celulares y se sacaron la selfie. Simone les dijo muy bien, que son todas muy buenas, les chocó los cinco. Cuando ayudó a alguna para que lo hiciera mejor despertó el alarido. Otra vez. Ya obvio. Y las nenas, a escondidas, se confesaron el momento, incrédulas otra vez.

Simone Biles durante la clínica que brindó en Estadio Mary Terán de Weiss, del Parque Roca.

Simone pisó la pedana que primero no quiso pisar así de una, en zapatillas, porque es su lugar sagrado, y caminó por los laterales. Estuvo atenta al afuera y no dejó de mirar y saludar. Escuchó los alaridos y se rio de nuevo. Fue el centro de la escena siempre, es la gran estrella que entiende qué implica serlo, aunque haga gimnasia. Tiene un aura especial, un carisma distintivo, y en el caos de una tardenoche impensada hasta hace diez días, cuando se anunció su llegada, brilló. Pero no hizo ninguno de sus saltos imposibles, ninguno de los ejercicios que cautivaron al mundo. Simone también puede hacer eso. No hacer nada y encantar igual. 19.30 comenzó la desconcentración. El afuera del Mary Terán fue un hervidero de emociones. Las columnas de clubes, escuelitas y particulares simularon un hormiguero. Y las nenas desandaron los pasillos haciendo verticales. Ella se fue a una tanguería, a Tango Porteño. Tiró unos pasos, vestido ajustadísimo. De nuevo la sonrisa de blanco impactante.

Simone Biles en una tanguería

Simone es la que transformó su propia historia. De aquella niña que quedó huérfana junto a sus tres hermanos en Ohio ya no queda casi nada, solo la conciencia que la hace soñar con trascender desde la ayuda social, una tarea que emprende desde hace años. Es la que revolucionó la gimnasia haciendo lo imposible, desafiando los más altos estándares de competencia, rompiendo límites. Es la que revolucionó en ese andar al deporte femenino y es la que sacudió al mundo olímpico cuando se bajó de los Juegos de Tokio por priorizar su salud mental. No la entendieron entonces, la entendieron después. Y revolucionó el movimiento. Simone es la que alteró la mesa, la que le puso arriba un tema tabú, la que hoy, cuando recorre el mundo vuelve a hablar de eso porque ya es una de sus banderas. Es la que denunció los abusos sexuales sistemáticos en la federación estadounidense y de los que ella también fue víctima, poniéndose en la primera línea de lucha con sus compañeras, amigas y colegas abusadas.

Simone Biles en Parque Roca

Simone es la resiliencia, la que quieren todos porque no es solo la belleza de sus movimientos. Simone es la estrella, la celebridad, la leyenda de un metro cuarenta y dos que atrae como un imán y sabe salir de todo bien parada. En un bus turístico viboreando por la 9 de Julio, no nombrando a Messi en la tierra de Messi, reaccionando con dulzura ante la amargura del fernet, siendo gentil cuando le entregan el enésimo ramo de flores que por supuesto, no puede llevar en el avión. Simone es eso porque sabe serlo. Porque está en su naturaleza, en la naturaleza que la hace volar como en un trance de sueño en la que todo es posible. Incluso la magia. Simone Biles revolucionó Buenos Aires en tan solo 84 horas.

Simone Biles en Estadio Mary Terán de Weiss

El viernes debió haber dormido más. El desayuno lo mostró en redes a las 11 de la mañana. Pero con Simone nunca se sabe. De nuevo uva, frutilla, kiwi, mango, sandía, unas barritas de cereales caseras y bañadas en chocolate, y un jugo verde que bien podría ser un detox. Hablando de verde, el mate no lo probó. Le obsequiaron varios igual, ¿se llevará yerba?

Para las 13 ya estaba en Cardales, en Estancia Vigil. Para repetir algo de lo mucho que pasó en las horas anteriores. Cata de vinos, casi siempre tintos, carne al asador, una vez morcilla, chorizo, molleja, empanada de carne cortada a cuchillo, pancito calentado a la parrilla. Antes de almorzar recorrió una plantación de uvas en pantalón negro y camiseta de la selección argentina. Simone la diplomática.

Su vuelo de regreso fue a las 20. Dicen que los que estuvieron bien cerca de ella que estaba empecinada en ir a un viñedo, pero bueno, Mendoza queda lejos. Será que tiene que volver y ya. Por más horas de Simone. Acá, en Buenos Aires, y en los Juegos Olímpicos también. ¿Por qué no? Si ella es maga.

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