
La puerta abierta, el ruido de los trapos contra el piso y dos mujeres en pijama empujando hacia la calle el agua que había quedado dentro. Esa era la escena al mediodía en una casa baja de Villa Devoto, horas después de que la tormenta más fuerte ya hubiera quedado atrás. En el interior, todo hablaba de lo que había pasado mientras la ciudad dormía: los muebles seguían húmedos, los electrodomésticos estaban desenchufados, las puertas abiertas para ventilar y una marca visible en la pared mostraba hasta dónde había subido el agua en la madrugada.
Ana González sostenía un secador de piso y repetía el movimiento sin detenerse. A su lado, su vecina y amiga, María, absorbía lo que quedaba en el pasillo. Ninguna se había cambiado la ropa. “Cuando me levanté a la mañana temprano, la casa estaba inundada. No escuchamos nada, simplemente había agua por todos lados”, contó González a LA NACION mientras el secador raspaba el piso. “Sabíamos que Devoto había sido de los más perjudicados, pero una cosa es ver imágenes en redes y otra despertarte así”.
En la vereda quedaban restos de bolsas rotas y papeles arrastrados por la corriente. “Todo eso se metió adentro. Fue un desastre”, explicó Maria, todavía con expresión de cansancio. A esa hora ya no quedaba agua entrando ni charcos grandes en la vivienda, pero la limpieza recién empezaba: sacar lo mojado, separar lo que pudiera recuperarse, ventilar y reacomodar una casa que durante unas horas dejó de parecerlo.
La intensa lluvia que cayó durante la madrugada en la Ciudad de Buenos Aires y en el conurbano acumuló más de 100 milímetros en pocas horas. Fue un diluvio concentrado que provocó anegamientos en calles y avenidas, complicó el tránsito, afectó servicios y dejó vehículos atrapados. Hubo zonas donde la cifra llegó a superar los 150 milímetros: entre ellas, Villa Devoto y Villa Santa Rita.
Desde temprano circularon imágenes de sectores de la avenida General Paz completamente bajo agua y automóviles con el agua casi a la altura de las ventanas. Según fuentes oficiales, también se reportó un fallecido en la colectora de esa vía, cerca del cruce con Pedro Varela, durante el temporal. Por la magnitud del fenómeno, cuadrillas de emergencia y personal de mantenimiento urbano se desplegaron para asistir a los barrios más afectados, entre ellos Devoto, Villa Pueyrredón, Villa Urquiza, Saavedra, Liniers y Santa Rita.
Más allá de la salida de la tormenta, las consecuencias siguieron durante toda la mañana y parte de la tarde. Y el trabajo de los vecinos fue clave para comenzar a normalizar la situación.
En varias manzanas de Devoto, donde según los registros oficiales cayó la mayor cantidad de lluvia, la mañana pasó entre ventiladores, trapos, baldes y ropa mojada acomodada en sillas y terrazas. “Primero desenchufar todo, después sacar el agua y recién ahí ver qué se arruinó”, resumió González mientras señalaba un grupo de zapatillas que esperaba secarse al sol que empezaba a asomar. “Lo más feo fue ver que el agua venía de todos lados”.
En la calle, los cordones exhibían la fuerza que había tenido la corriente: hojas pegadas a las veredas, envoltorios plásticos y algún objeto que ningún vecino reconocía. “Esta vez nos encontró durmiendo. Cuando el agua te despierta, no sabés ni por dónde empezar”, relató María, que retomó la limpieza sin hacer pausa.

El cansancio físico y la incertidumbre fueron parte de las horas siguientes al temporal. “Uno está agradecido de que no pasó algo peor, pero lo que queda es enorme. Tenés miedo de enchufar algo, de que se haya arruinado la heladera, de que el piso quede levantado”, dijo González.
A diez minutos de allí, en Villa Santa Rita, Silvia atendió desde su departamento ubicado en Helguera y Camarones. Estaba exhausta: llevaba horas sacando agua. “A las cinco de la mañana me desperté y tenía toda la casa inundada”, relató a este medio. “Ahí desperté a los vecinos de planta baja, porque el edificio estaba re inundado. Me duele todo, de sacar y sacar”.
En la vereda se notaba que el agua había llegado a tapar el cordón. Todavía había gotas cayendo desde los autos estacionados en la cuadra. Silvia apuntó a un problema anterior: “Acá dejan un tapón de tierra de las obras. Nadie levanta eso y cuando llueve así, el agua no tiene por dónde ir. A la mañana esta calle era un arroyo”.
Ahora la calle estaba transitable, pero el rastro del agua permanecía: baldosas oscuras, bolsas semihundidas contra el cordón y un olor a humedad que lo impregnaba todo. “No era nuestra responsabilidad, pero como nadie vino, lo hicimos nosotros”, agregó Silvia, mientras escurría un trapo.

A pocos metros, Luis Gael, vecino de la cuadra, lo observaba con resignación. “Cuando vi eso entendí que había sido feo todo lo que pasó. Ese árbol es enorme y seguro se cae en cualquier momento. Mirá cómo está el viento, también fue y sigue siendo fuerte. En mi cuadra hay un árbol caído y nadie vino a sacarlo, seguro recién mañana”, dijo a este medio. “Ni hablar de los autos que quedaron con agua adentro”, agregó mientras miraba su camioneta, cuyo interior continuaba húmedo.
En Saavedra, cerca de Ruiz Huidobro, los dueños de los autos trabajaban al mediodía con las puertas abiertas para ventilar y sacar el agua que había quedado adentro. Algunos exprimían trapos dentro de baldes y las alfombras estaban apoyadas en los techos para que se secaran. El olor a humedad salía de los vehículos cada vez que alguien movía una butaca.
Horas antes, las imágenes publicadas en redes sociales mostraban la zona completamente cubierta por el agua: autos con el nivel llegando a las puertas y personas intentando moverlos como podían. Varios vehículos terminaron subidos al bulevar durante la madrugada para que el agua no avanzara más.
En la calle quedaban ramas, hojas pegadas al piso y restos de basura arrastrados por la corriente. La circulación volvía de a poco, mientras cada conductor lidiaba con las secuelas que el temporal había dejado en su auto.
En los alrededores de Tecnópolis, en Villa Martelli, al mediodía quedaban grandes sectores embarrados y charcos aislados. A pocas horas del show de Tini Stoessel, empleados de mantenimiento trabajaban para drenar y secar lo más posible, mientras algunas personas ya formaban filas para ingresar.
Detrás del predio, en las calles del barrio lindero, la preocupación siempre aparece cuando se pronostican tormentas fuertes. “Se junta toda el agua acá. Esto se transforma en una pileta”, aseguró Clara Montero, vecina de un pasaje cercano. “Los desagües no alcanzan, el terreno es bajo y cuando llueve así, el agua va directo a las casas”, sumó.

Ricardo Gentile, que volvía con una bolsa llena de trapos húmedos, fue categórico: “Si no se termina lo que está empezado, va a seguir pasando. Hoy fue mucho en poco tiempo y el drenaje no lo soportó y se convirtió como una pileta”.
La tormenta había quedado atrás, pero la preocupación inmediata era que no empezara a llover de nuevo. “Te queda el miedo de que vuelva a pasar. Mirás el piso y marcaste donde llegó el agua como si fuera un límite que no querés que se repita”, dijo González, en Devoto.
Las cuadrillas públicas avanzaban con la remoción de ramas y el destape de bocas de tormenta, mientras los vecinos intentaban limpiar rápido para que no se fijara el olor a encierro y humedad.
Lo que dejó la tormenta se veía en cada barrio: el agua ya no estaba, pero había cambiado la rutina de toda una ciudad. Lo peor había pasado. Ahora la urgencia era volver a casa. Cada balde y cada trapo eran una forma de empezar de nuevo.



