El regreso del ex primer ministro británico, que construyó su fundación con la ayuda del multimillonario estadounidense Larry Ellison, sorprendió a su propio partido mientras el actual Gobierno británico reconoce no tener información de su plan y sus relaciones con Trump
Estos son los 20 puntos del plan de Trump para Gaza
A finales de agosto, Donald Trump escuchó en Washington las ideas de Tony Blair sobre el futuro de Gaza. Al presidente de Estados Unidos le gustó lo que oía -con el acento británico que suele alabar- y le dijo al ex primer ministro laborista que fuera a convencer a “Johnny”, un apodo para Mohamed bin Salman, el gobernante de facto de Arabia Saudí.
Con esas palabras, relatadas por un representante de Estados Unidos al diario Times of Israel, Trump le pidió a Blair que buscara alianzas en Medio Oriente y le dio “dos semanas”, un marco temporal que el presidente de Estados Unidos suele utilizar para planes y promesas y que raramente cumple. En eso estaba Blair cuando Israel atacó a líderes de Hamas dentro del territorio de Qatar, habitual sede de negociaciones y país mediador. Trump criticó el ataque.
La cita en la Casa Blanca con Blair, organizada por el yerno de Trump y efímero enviado a Medio Oriente, Jared Kushner, era resultado de meses de trabajo y de contactos con el centro de investigación académica y consultoría del ex primer ministro británico.
El Tony Blair Institute for Global Change (TBI, por sus siglas en inglés) es el think-tank mejor financiado del Reino Unido gracias a los fondos de Larry Ellison, el fundador de Oracle, la segunda persona más rica del mundo y un donante y aliado fiel de Trump. En 2021, Ellison cerró su propia fundación en el Reino Unido y le pasó gran parte del remanente a la de Blair.
El instituto de Blair recibió donaciones o promesas de donaciones de Ellison por un equivalente a casi 300 millones de dólares, según una investigación publicada en la revista The New Statesman. Tiene un equipo de más de 900 personas y presencia en al menos 45 países, algo inusual para una fundación británica. El instituto insiste en que Larry Ellison es sólo uno de sus donantes, si bien sus intereses se entrelazan cada vez más ahora que el multimillonario estadounidense fundó un centro de investigación con ánimo de lucro en la Universidad de Oxford y que aspira a participar en la digitalización del Gobierno británico por la que Blair hace campaña activa.
Chuck Collins, investigador del Institute for Policy Studies de Washington experto en desigualdad y filantropía, y autor del libro Burned by Billionaires, explica que en la relación de Ellison con la Universidad de Oxford “no se puede infravalorar la conexión con Tony Blair”, con quien el multimillonario suele pasar tiempo en Londres y compartió vacaciones en Cerdeña. “Blair estudió en Oxford y Ellison es un enorme financiador del Tony Blair Institute, que es un arma clave de su trabajo en políticas públicas de manera global”, dice.
Desde su relación con Ellison, el instituto de Blair viró hacia la investigación en la inteligencia artificial, que coincide con la de su gran financiador y retoma el interés por la tecnología del ex primer ministro laborista.
Hasta ahora, de hecho, el instituto de Blair parecía haber dejado aparcado el otro gran interés del laborista desde que abandonó el Gobierno y el Parlamento británico en 2007: Medio Oriente. La invasión de Irak de 2003 y el caos posterior marcaron su imagen, pero Blair, que reconoció a regañadientes sus errores, quiso seguir su carrera precisamente en esa región.
Cuando dejó el poder, tenía sólo 54 años y estaba decidido a hacer algo más con su vida fuera de la política de partido y que tal vez le devolviera algo de la popularidad que había disfrutado como pocos políticos cuando fue elegido en 1997. La canción que fue himno de su primera campaña, Things Can Only Get Better, sigue siendo uno de los símbolos del optimismo de finales de los años 90 que mantuvo durante años al laborista como uno de los líderes más apreciados.
Entre 2007 y 2015, Blair fue enviado del Cuarteto para Medio Oriente, el grupo de la UE, Naciones Unidas, Estados Unidos y Rusia que intentó mediar entre palestinos e israelíes desde 2002. Blair defendía la solución de “dos Estados”, pero en su tiempo como enviado no hubo avances en esta dirección. En 2017, dijo que se había equivocado al apoyar a Estados Unidos y empujar a la Unión Europea a aislar a Hamas, en la lista de la UE de organizaciones terroristas, tras su victoria en las elecciones en Gaza en 2006 en lugar de intentar “empujarlos hacia el diálogo y a cambiar en sus posiciones”.
Hace unos meses, durante una entrevista con un pódcast de Politico, Blair, de ahora 72 años, comentaba que desde que dejó de ser primer ministro estuvo en la región más de 200 veces y mantiene oficinas en la zona. Lleva cerca un año dándole vueltas a un posible plan de paz para Gaza.
Ahora apenas dio detalles en público de su papel y su think-tank ni siquiera quiso confirmar la cita de agosto. Esta semana el vice primer ministro británico y ex ministro de Exteriores, David Lammy, dijo no tener “ni idea” del plan de Blair y su papel más allá de la información pública.
Tras el anuncio de Trump de que Blair estaría involucrado en un gobierno de transición, el instituto publicó este lunes un comunicado centrado en alabar al presidente de Estados Unidos por “su liderazgo, determinación y compromiso”. El texto también destaca que el plan “ofrece la mejor posibilidad de acabar con dos años de guerra, miseria y sufrimiento”. El instituto no contestó a las preguntas de elDiario.es.
Bente Scheller, directora de la oficina en Beirut de Heinrich-Böll-Stiftung, una fundación política cercana al Partido Verde, explica que la idea de una comisión internacional para gobernar Gaza, aunque sea de manera temporal, “llega con una connotación colonial”.
Ella ofrece una valoración mixta sobre el posible papel de Blair: “Conoce la región y el conflicto, pero, como enviado de paz para Oriente Próximo, Blair no dejó una impresión profunda y muchos en la región recuerdan su papel en la ‘guerra contra el terror’ y la invasión de Irak”, dice Scheller.
Aun así, la experta en la región dice que la experiencia de Blair en Irlanda, un conflicto más cercano y también enquistado, puede servir ahora: “Tal vez más que su historial en la región, sea más prometedora su experiencia en la resolución de conflictos con Irlanda del Norte… un factor que en el prolongado conflicto de Medio Oriente puede venir bien”.
El Acuerdo de Viernes Santo de 1998 fue también resultado del empeño y la paciencia de Blair en una negociación que luego costó años hacer realidad en la práctica mientras el IRA seguía matando. Esa experiencia fue de los motivos que impulsaron al ex primer ministro a dedicarse a Medio Oriente. Su negociador entonces, Jonathan Powell, trabaja ahora en el Gobierno de Starmer.
Después de abandonar el poder, forzado por su propio partido pese a su victoria electoral de 2005, Blair pasó años ausente de la vida pública del Reino Unido, perseguido por la sombra de la invasión de Irak. Blair estaba más cómodo fuera del Reino Unido, según le dijo a su antiguo jefe de comunicación, Alastair Campbell.
“Las críticas después de Irak hacían que el Reino Unido fuera problemático, así que se dedicó a viajar por el mundo, también a negociar incansablemente en Medio Oriente, esperando que hubiera un avance como en Irlanda del Norte. No hubo ninguno”, escribe Steve Richards en una biografía sobre Blair recién publicada en el Reino Unido. “Blair no estaba especialmente interesado en el dinero, aunque le encantaba la vida de alto copete y pasar tiempo con los ultrarricos… Lo que deseaba mucho más era estar cerca del poder, seguir jugando un papel relevante”.
Richards, escritor y periodista de la BBC especializado en información parlamentaria, cuenta que Blair sigue añorando el poder. Su mansión se parece a la de Chequers, la casa de campo para uso del primer ministro británico, y le siguen llegando papeles con análisis de datos y políticas públicas como si fueran los documentos en las “cajas rojas” que llegan a diario a Downing Street.
Blair sigue pareciendo más interesado en la política pública que en dar discursos o hacer negocios, si bien fue criticado muchas veces por su cercanía a los autócratas de Egipto, Arabia Saudí y Asia Central, que también le trajeron lucrativos negocios de consultoría. En 2016, cerró gran parte de las empresas dedicadas a la consultoría y negocios controvertidos con países como Azerbaiyán.
Justo antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Blair retomó su interés por Medio Oriente, y tuvo especial cuidado en no criticar a Donald Trump ante unos comicios que, según las encuestas, estaban muy justos. Blair se resistía a decir que apoyaba a Kamala Harris como presidenta de Estados Unidos, pese a la cercanía del Partido Laborista y el Partido Demócrata, y prefería comentar que el Reino Unido tendría que trabajar con quien quiera que fuera su presidente.
Ahora sorprendió a su propio partido. Si bien mantiene a través de su Instituto relación con el Gobierno de Keir Starmer, no hay muestras de que Downing Street esté informado o sea consultado de los movimientos de su antiguo ocupante. Un miembro del Gobierno británico le dijo al Financial Times sobre la participación de Blair: “Es como una miniserie en la que los guionistas perdieron el rumbo. Se pasaron de la raya y hay que sacarla de antena”.
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