
En apenas unas semanas, la escena indie española ha asistido a una sucesión de rupturas que sugieren el fin de un ciclo. O, al menos, un replanteamiento. Grupos como Confeti de Odio, Cariño o Shego han desaparecido o han perdido a alguno de sus miembros. A estos se añaden los casos de hace unos meses, como Pantocrator, Monteperdido o Hinds. Son grupos que pertenecen a una misma generación que ahora parece dar por cerrado su primer ciclo vital: casi todos surgieron al calor de una escena que recuperó el entusiasmo por la guitarra, la ironía y la inmediatez pop, y que encontró en los festivales y en las playlists de Spotify su principal canal de visibilidad. Que ahora algunas de estas bandas pasen por turbulencias no parece casual: apunta al agotamiento de un modelo y de una forma de entender la música independiente en la era del algoritmo.






