Un demorado y obligado golpe de efecto

La NaciónLa NacionPolítica06/10/20254 Views

Después de diez días de contradicciones, negaciones, admisiones, idas y vueltas llegó el último giro de una escandalosa historia con la renuncia a su postulación del primer candidato libertario en la provincia de Buenos Aires, José Luis Espert, cuando solo faltan 20 días para las elecciones legislativas nacionales.

Se trata de un golpe de efecto que adquiere mayor significación luego de que el propio postulante anunciara 48 horas antes que mantendría su candidatura con un provocador “no me bajo nada”, avalado por el propio Presidente, que hasta último momento había resistido las presiones de casi todos colaboradores.

La pregunta (para muchos una certeza) es si, tras tanta resistencia, no llega demasiado tarde. No solo por cuestiones formales. Por lo pronto, según expertos en temas electorales, se trata de una tardía decisión, ya que la foto y el nombre de “el profe”, como lo llama Milei, permanecerían en las boletas con las que los bonaerenses elegirán a sus diputados nacionales.

Tardíamente el Presidente y el propio renunciante parecieron asumir el costo que estaba teniendo para el presente y el futuro del Gobierno esa postulación. Las inmediatas celebraciones de la milicia digital mileísta lo corroboran.

El hecho cobra más relevancia luego de tantos días en los que el Presidente siguió sosteniendo a Espert, a pesar de que este iba modificando su relato a medida que aparecían documentos y testigos que lo contradecían y lo obligaban a admitir hechos que había omitido o negado respecto de su vínculo con Federico “Fred” Machado, el acusado de lavado de dinero por la Justicia de Estados Unidos, que le había pagado 200.000 dólares y financiado el uso de aviones privados.

El nuevo y desesperado pedido de asistencia financiera de Milei al gobierno estadounidense, del que hoy se esperan novedades, no habría estado ajeno a la renuncia, según fuentes oficiales. Este es el presente más angustioso que los libertarios procuran aliviar para tratar no de llegar al 26 de octubre en medio de este temporal financiero-cambiario que no ha logrado capear ni con las inusuales promesas de ayuda hechas por la administración de Trump, reforzadas por las autoridades del FMI.

El título con el que Espert buscó darle a su renuncia al cariz de un generoso renunciamiento (“Por la Argentina doy un paso al costado”) estaría en línea con esas urgencias y demandas del norte y no respondería solo al negativo efecto electoral que tendría para el proyecto mileísta. Tal vez ese ya sea a esta altura un costo hundido que el oficialismo solo intentará mitigar de apuro.

Lo cierto es que el escándalo en el que quedó involucrado el primer candidato de la lista bonaerense, en cuyo lugar el oficialismo intenta ahora poner al exmacrista Diego Santilli, solo había agravado la crítica situación que atraviesa el Gobierno.

No es casual el intento de subir Santilli al tope de la lista, aunque encierre paradojas. Además, de poner a resguardo a la segunda candidata, la exvedette Karen Reichardt, busca despejar las sospechas de una doble vara en la promocionada lucha contra el narcotráfico.

Diego Santilli

El diputado de Pro se jacta de que como ministro de Seguridad porteño se desmembraron bandas de venta de drogas, como de la que se habrían desprendido (o la habrían sucedido) los acusados del triple asesinato de las jóvenes en Florencia Varela.

Por ese motivo, en estos últimos días Santilli había procurado pasar inadvertido. “¿Cómo voy a salir a hacer campaña, qué voy a decir cuando me pregunten de Espert?”, le dijo a varios interlocutores en las últimas 48 horas. De todas maneras, la subsistencia en barrios porteños de organizaciones narcorcriminales abren signos de interrogación sobre la eficacia de aquel combate.

No será sencillo para el oficialismo, de todas maneras, remontar la campaña electoral, en medio de tantos tropiezos políticos y económico-financieros, daños autoinfligidos, sangrientas disputas internas y tardías e insuficientes respuestas a la sucesión de escándalos en los que terminaron involucradas algunas de las personas más cercanos a Milei.

El oficialismo está ante un desafío monumental: ya no solo tiene que atraer votantes en defensa de su Gobierno para la elección legislativa, que convirtió en plebiscito de gestión en otros tiempos que no son estos aciagos meses.

El mayor reto para el mileísimo es convertir en electores a ciudadanos que le dieron su apoyo y que ahora dudan de ir a votar si no es que ya decidieron no asistir, como en las elecciones bonaerenses que terminaron en la estrepitosa derrota libertaria. Las encuestas lo muestran en aprietos, aún sin poder contabilizar el ausentismo probable. Ese es el escenario que intenta reparar con la demorada renuncia de Espert y con las novedades económicas que promete anunciar desde Washington.

En este contexto, la ciudadanía está siendo puesta a pruebas como nunca, entre los desaciertos del oficialismo, el historial de fracasos y defraudaciones a la confianza social por parte de sus opositores (kirchneristas, en primer lugar) y las defecciones o ausencias de ofertas atractivas. Aunque algunos nuevos oferentes empiezan a disputar espacios de atención.

Ahí está la raíz del problema libertario. Todo se le hace más cuesta arriba al constructor de una esperanza de transformación radical, que vendría a terminar con años de fracasos y con prácticas que perjudicaban a “los argentinos de bien”. La decepción es mayor si se lo emparenta con lo que vino a dejar atrás.

Milei llegó a la Presidencia a caballo de una doble impugnación (moral y funcional) al establishment político, como causante de la larga decadencia y los profundos males que los argentinos padecían sin que nadie pudiera ponerles fin.

“El sistema”, según esa narrativa, era corrupto e ineficiente. “La casta” no solo robaba sino que el Estado no funcionaba y solo beneficiaba a quienes lo controlaban. Él llegaba para terminar con ese magma en el que políticos, funcionarios, jueces, sindicalistas y empresarios se enriquecían privatizando lo que debía ser de todos en su beneficio.

El Presidente, en particular, y una buena parte de su equipo tiende a pensar y explicar de manera monocausal los problemas que padece, pero la complejidad de la realidad que atraviesa es que no acierta en más de una de las dimensiones que lo hicieron llegara al poder. Y ya lleva más de un semestre en esa deriva, con la excepción del triunfo en la elección porteña que terminó aportando más elementos para la confusión que para la solución.

El argumento de que la estabilización de la macroeconomía justificaba algunos dolores de parto en la economía personal y familiar ya perdió gran parte del efecto esperanzador que ofrecía. Para muchos se ha hecho demasiado largo él transito del desierto y la percepción es que la carga no le ha tocado a todos por igual. El oasis se vuele espejismo.

Ya hace más de un mes que en los focus groups de varias consultoras empezaba a transformarse en catártica la pregunta ¿Vale la pena el esfuerzo? Seguida de otra más hiriente para el gobierno: ¿Y, además de yo y los de siempre, quien más hace el esfuerzo? El eslogan “que el esfuerzo valga la pena” vino a revolver la herida antes que a confortar.

“El peligro para el gobierno es que se está transformando la palabra ‘esperanza’ en la palabra ‘desilusión’”, señaló Alejandro Catterberg, director de la consultora Poliarquía.

Demasiado para que, en medio de esas dudas existenciales, surgieran evidencias de que hay algunos personajes demasiado cercanos al Presidente cuya economía personal no habrían hecho ningún esfuerzo sino que hay indicios de que disfrutan de privilegios y se benefician de lo que se decía que se venía a terminar.

De varios relevamientos surge que parte de la desilusión es no solo atribuible al estancamiento económico y las turbulencias cambiarias. En ese contexto adquirió mayor capacidad de daño el escándalo de Espert. Pero su renuncia no termina de despejar las sombras.

La dificultad de Espert para explicar las acusaciones y las contradicciones en las que incurrió había vuelto más inentendible la protección de parte del Presidente, inclusive para los más estrechos colaboradores presidenciales, empezando por los dos integrantes del otrora férreo trío metalero del poder.

Así el mejor (y ultimo) estratega de campaña del oficialismo es el equipo que integran Donald Trump, Scott Bessent y Kristalina Georgieva, pero que con su inmensa billetera no lograron contrarrestar lo que sus esponsorizados hacen. Por eso, se atribuye la renuncia de Espert a una condición de Washington.

No parece ya bastar tampoco que el propio Presidente sea a los ojos de la mayoría alguien no sospechado ni sospechable de involucrarse personalmente en casos de corrupción. Como cuenta Victoria De Masi -autora de la biografía no autorizada de Karina Milei– su hermano no lleva billetera, porque su billetera la lleva ella, incluido su DNI. Ahora, ella y los que la rodean están involucrados en supuestos hechos de corrupción y en la conformación de listas de candidatos con más prontuario que curriculum.

En medio de tanta complicación y con singular reduccionismo, propagandistas del gobierno han pretendido imputar a la sociedad un desapego por la normalidad, la austeridad en el manejo de las cuentas públicas, el equilibrio fiscal y la baja de la inflación por no apoyar en las urnas al Gobierno o incluso votar a quienes han logrado sancionar leyes que pueden afectar esos objetivos.

No parecen contemplar aquella doble promesa que encarnó Milei al impugnar al establishment tanto moral como funcionalmente.

Son muchos (cada vez más) los que se resisten a ser objeto de extorsión y elegir entre lo malo y lo peor. Más cuando muchos constatan, en medio de esa supuesta dicotomía entre el bien y el mal, que no es fácil distinguir quién juega en cada equipo.

Esa es la competencia que el oficialismo ha pretendido entablar en estas horas sombrías con el kirchnerismo, o tal vez, con el fantasma de un kirchnerismo al que le adjudica un poder y una probabilidad de recuperación que hace rato perdió. Es probable que la renuncia de Espert implique la parcial admisión de que estaba confundiendo la amenaza.

Los contextos importan, como señaló una figura del amigable bloque macrista: “Aún después de la renuncia, el impacto del caso Espert va a ser muy profundo, no solo porque salpica al Gobierno en una dimensión en la que dijo que venía a diferenciarse, sino porque el aporte de un acusado por vínculos con el narcotráfico surgió justo en medio del asesinato de tres chicas a manos de una banda de narcotraficantes”.

La misma fuente había advertido apenas minutos antes de que se conociera que el diputado mileísta abandonaba su postulación que en el bloque aliado de Pro no había vocación para protegerlo ante la decisión de bloques opositores, de desplazarlo pasado mañana de la presidencia de la Comisión de Presupuesto y Hacienda. Al cierre de este texto, el diputado no le había comunicado al titular de la Cámara si “por la Argentina” también daría “un paso al costado” en esa función.

Como los contextos importan, habrá que ver, antes de que se produzcan esas sesiones, cómo impactará en la opinión pública la festiva presentación que hará hoy Javier Milei en el Movistar Arena de su nuevo libro titulado “La construcción del Milagro”, ese que hoy está en duda, mientras buena parte de la sociedad es sacudida por los escándalos políticos, golpeada por la situación económica y alterada por las turbulencias financieras.

Ayer altos funcionarios del Gobierno publicaban su presencia en el ensayo de la banda (musical) mileísta que actuará en la presentación, como si nada pasara. El manejo de los tiempos y la percepción del humor social por parte del oficialismo no parecen funcionar de la manera más eficiente. Más si los golpes de efectos resultan tardíos.

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