Como si pudiera con sus dibujos inmortalizarlas. Eso se propone Agustina Basile cuando ilustra flores: que las formas, colores y aromas que la deslumbran en la naturaleza puedan dejar de ser efímeras. Recurre al arte como una manera de hacer retener la belleza botánica en una síntesis capaz de volverla duradera.
Las imágenes que acompañan la Agenda 2026 de JARDÍN fueron creadas por esta artista que empezó a aprender a dibujar a los 5 años y no dejó de hacerlo nunca. Aunque más tarde se volcó profesionalmente a la fotografía, el dibujo siempre fue su refugio, una forma de descarga y expresión, casi un estado meditativo.
En 2018 respondió a su vocación más profunda y decidió renunciar a su trabajo como fotógrafa para lanzarse de lleno a la ilustración.
Su camino artístico la llevó a explorar de manera espontánea el fascinante mundo de las flores y la naturaleza, donde el color se convierte en un protagonista absoluto.
Para Agustina, ilustrar la naturaleza es una forma de lenguaje propio, donde cada flor despierta recuerdos y emociones personales: los jazmines le traen a la memoria a su abuela, los girasoles la transportan a su tiempo viviendo en Alemania. Esta capacidad de las flores para evocar no solo lo estético sino también recuerdos y aromas, es central en su trabajo.
Detrás de su arte hay una profunda búsqueda espiritual y filosófica, especialmente interesada en el equilibrio entre lo occidental y lo oriental. Su abuela, quien hacía yoga y exploraba temas como los de Louise Hay, le transmitió desde niña esta curiosidad por el New Age y una idea esencial, estar en el presente, que se repite en varias de sus obras, algunas inspiradas en el taoísmo y el concepto del Wu Wei, que ella interpreta como fluir con las acciones de la vida sin forzarlas, una analogía que encuentra perfecta en la forma en que las plantas crecen.
–Tu obra es digital y habla del mundo natural, algo que podría parecer contradictorio y sin embargo se da con fluidez, ¿cómo es tu forma de trabajo?
–El mundo digital es hoy el vehículo, es rapidez, y me da una libertad enorme. Pero el origen no es digital. Siempre parto de algo analógico que me gustó: puede ser una película, una foto, una flor real. Busco esa inspiración y luego la desarrollo digitalmente. Trabajo principalmente con el iPad y el lápiz digital, y luego lo termino en Photoshop en la computadora. Aunque también dibujo en papel y eso lo paso al formato digital, e incluso hago collage.
–El uso del color es central en tus creaciones, ¿cómo elegís las paletas?
–Sí, y justamente ahí, en lo digital, encuentro un espacio donde tengo infinitas posibilidades para jugar con los tonos, los más claros, los más oscuros. Es un desafío porque es infinito, y es ahí donde entra mi gusto, mi edición personal, probando hasta que siento que está listo.
–¿Cómo te vinculás con la naturaleza en tu día a día y qué papel juega en tu arte?
–Mi sueño es vivir rodeada de flores como cuando viví en Alemania enfrente de un bosque, donde estaban los girasoles. Esa vida me encantó. La verdad es que mamé mucho el amor por las plantas de mi abuela, que tenía rosales y jazmines. El contacto con la naturaleza es vital para mí, pero mi día a día transcurre en la ciudad. Creo que la obra que hago tiene que ver con eso, son compensar, con conectarme, con acercarme a la naturaleza, a pesar de que sea digitalmente.
–¿Qué te propusiste para la agenda 2026 de JARDÍN?
– Armé una combinación de obras que ya tenía y otras que produje específicamente para la agenda. El punto de partida, la base de la selección de las obras fue el Ikebana, el arte japonés del arreglo floral. No solo por la estética, sino por el estado meditativo que implica el acto de hacerlo, el estar completamente presente en ese momento. Esto se conecta mucho con la naturaleza de las flores: están ahí, son lo que son en ese momento y no quieren ser otra cosa. De hecho, esa idea del Ikebana como un estado meditativo es muy parecida a lo que siento yo cuando dibujo. Así que, en cierta forma, fue como un “Ikebana artístico” con mis flores digitales. Además, tuvimos muy en cuenta las estaciones, para que cada estación tuviera colores particulares que la representaran. El espíritu de Ikebana, la estacionalidad y la búsqueda de la presencia, son los hilos conductores de las imágenes de la agenda.
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