En verano, su sombra es un refugio. Bajo sus copas anchas, las veredas bajan unos grados y el tránsito se vuelve más amable.
Pero en primavera, cuando liberan miles de pelillos microscópicos al aire, caminar junto a los plátanos puede ser un desafío para quienes sufren de alergias o problemas respiratorios.
El plátano —uno de los árboles más comunes en las ciudades argentinas— es, al mismo tiempo, un aliado del confort urbano y un enemigo silencioso para la salud.
Aunque hoy parece inseparable del paisaje urbano, el plátano (Platanus × hispanica o Platanus acerifolia) no es una especie nativa de Argentina ni de Sudamérica. Se trata de un híbrido entre dos especies del hemisferio norte: el plátano oriental (Platanus orientalis), originario del sudeste de Europa y Asia Menor, y el plátano occidental (Platanus occidentalis), nativo de América del Norte.
El cruce se produjo en Europa —probablemente en el siglo XVII— y dio origen a un árbol de rápido crecimiento, copa generosa y notable resistencia a la contaminación urbana.
Su llegada a la Argentina se remonta a mediados del siglo XIX, en el marco de las políticas de modernización y embellecimiento urbano impulsadas por el Estado.
Si bien no existen registros oficiales concluyentes, muchas crónicas históricas sostienen que Domingo Faustino Sarmiento promovió su introducción, inspirado en los modelos europeos de ciudades arboladas.
En línea con su proyecto de civilizar el espacio público —que incluyó desde la expansión del sistema educativo hasta la creación de parques—, Sarmiento habría impulsado la plantación de plátanos en avenidas y paseos para ofrecer sombra, mejorar la calidad del aire y dar un carácter más moderno y ordenado a las ciudades.
Esa tendencia continuó en las décadas siguientes y alcanzó su máximo esplendor con la labor del paisajista francés Charles Thays, quien a fines del siglo XIX consolidó al plátano como protagonista de bulevares, plazas y parques. Desde entonces, su silueta se volvió parte del ADN urbano argentino.
Las razones de su éxito siguen vigentes. El plátano crece rápido, desarrolla una copa ancha que proyecta sombra densa y tiene la capacidad de absorber contaminantes atmosféricos.
Su presencia también aporta beneficios ambientales: ayuda a regular la temperatura, mejora la calidad del aire al filtrar partículas contaminantes y contribuye a la biodiversidad urbana ya que ofrece refugio a aves e insectos.
El plátano soporta bien la poda y el estrés urbano, lo que lo vuelve ideal para el arbolado en calles transitadas
Tanta popularidad tiene un costo. En primavera, cuando madura y libera sus frutos, el plátano desprende diminutos filamentos llamados tricomas, que flotan en el aire y pueden causar irritación en las vías respiratorias, los ojos o la piel.
En personas asmáticas o alérgicas, estos pelitos pueden desencadenar síntomas más severos, aunque en la mayoría de los casos el efecto es mecánico —por contacto— más que una verdadera reacción alérgica.
La liberación de tricomas forma parte de la estrategia reproductiva del árbol: los pelitos actúan como vehículo para la dispersión de las semillas por el viento
El problema es que, al haberse plantado en grandes cantidades y en espacios muy concurridos, la concentración de estas partículas puede ser alta, afectando la calidad del aire urbano en primavera.
Hoy, muchas ciudades comienzan a revisar la composición de su arbolado y a buscar un equilibrio entre funcionalidad y salud pública.
El plátano sigue siendo valioso por su aporte ambiental y paisajístico, pero los especialistas recomiendan no abusar de su presencia y complementarlo con especies nativas o menos irritantes que ofrezcan sombra sin generar molestias respiratorias.