
Algunos superclásicos se recuerdan por el resultado. Otros, por el contexto. Pero hay partidos que quedan grabados para siempre por sus héroes. Por esas jugadas que se vuelven eternas. El penal de Roma a Delem, los cuatro goles de García Cambón, la vaselina de Ricardo Rojas, el zapatazo de Juanfer Quintero en Madrid o el nucazo de Guerra forman parte de esa historia que atraviesa generaciones. Cada Boca-River tuvo su figura, su nombre propio, su instante imborrable. Y este clásico contó con el suyo: Exequiel Zeballos.
El destino parecía haberle reservado este momento a un jugador que, en apenas cinco años de carrera, soportó dos lesiones graves de esas que dejan marcas, que debutó en plena pandemia de la mano de Miguel Russo, que tuvo otro buen pasaje con Sebastián Battaglia y que, desde entonces, cada técnico intentó recuperar. En tres partidos ante River (2023, 2024 y 2025) solo conocía la derrota. Por eso tomó este superclásico como la gran oportunidad para su despegue definitivo. Llegaba en su mejor momento en mucho tiempo, después de tres actuaciones destacadas ante Belgrano, Barracas Central y Estudiantes, con dos tantos, una asistencia y un lugar ganado entre los once. Bajo la conducción de Claudio Úbeda, encontró su mejor versión: gol y participación clave en el 2 a 0 para que Boca volviera a ganarle a River en la Bombonera después de tres años.
En un primer tiempo sin emociones, el santiagueño de 23 años había sido el más incisivo de Boca en ataque, aunque lejos del nivel mostrado en los partidos anteriores. Alternó como volante y extremo por izquierda, mostró compromiso en el retroceso para contener a Gonzalo Montiel y se sumó al ataque para acompañar al doble 9 conformado por Miguel Merentiel y Milton Giménez. Le costó desequilibrar en el uno contra uno, pero fue de los pocos que se animó a probar al arco. Eso, hasta la jugada del 1 a 0: el bochazo largo de Ayrton Costa, el peinado de Giménez -cometió falta sobre Paulo Díaz- y el mano a mano de Zeballos con Rivero. El primer remate fue bien despejado por Franco Armani, pero en el rebote no perdonó. El festejo fue interminable: primero, trepado a la baranda de la platea baja; luego, el abrazo eterno con sus compañeros, y por último, bailecito de cara a los hinchas.
El gol, en el primer minuto de adición, revitalizó a Boca y al propio Zeballos, que se transformó en una verdadera pesadilla por la banda. Ganó cada duelo y marcó una diferencia física y emocional notable respecto de sus rivales, que, cuando lograban alcanzarlo, terminaban castigándolo con falta. Cada vez que la pelota caía en sus pies, la platea se ponía de pie. Úbeda, al borde del campo, disfrutaba de su primer gran acierto como técnico de Boca: la inclusión del 7 en el equipo titular, después de que el Changuito tuviera pocas oportunidades con Miguel Russo y las desaprovechara casi todas. La más recordada, ante Auckland City en el Mundial de Clubes, cuando apareció por sorpresa en la formación y, tras un flojo comienzo, salió reemplazado por lesión promediando la primera mitad.

De innegables condiciones técnicas, aunque con altibajos en su rendimiento, aquella floja presentación ante los oceánicos dejó abierta la puerta a una posible salida. Guillermo Barros Schelotto intentó llevarlo a Vélez, pero la oferta del Fortín -3,5 millones de dólares por el 50% del pase- fue considerada insuficiente. Argentinos Juniors también se sumó a la lista, lo mismo que el Elche de España y un importante club de Arabia, que habría ofrecido nueve millones pero que no logró convencerlo de partir.
Hincha de Boca desde chico, usaba la colita de Rodrigo Palacio, su ídolo, cuando soñaba con vestir la camiseta azul y oro. Por eso, en La Banda, su ciudad natal, lo apodaban Pala. Fue figura en las selecciones Sub 15 y Sub 17, aunque los problemas físicos lo privaron de jugar en la Sub 20. Aun así, nunca bajó los brazos ni se entregó. Cuando las lesiones golpearon su puerta -primero, con una terrible fractura de tibia y ligamento del tobillo derecho en un partido de Copa Argentina ante Agropecuario, en 2022, y luego en 2023, cuando sufrió la rotura del ligamento cruzado anterior y menisco externo de la rodilla derecha-, fue el primero en prometer que volvería mejor. El momento tardó en llegar, pero cumplió.

Porque Zeballos fue el líder espiritual de la levantada de Boca. En el torneo, y también en el clásico, con corridas como la del 2-0, que nació en mitad de cancha y terminó casi en el área chica, con el pase a Merentiel. Más tarde, asistió de lujo a Giménez, aunque el 9 no pudo definir ante Armani.
“Los planes de Dios no son perfectos, solo hay que tener paciencia y trabajar”, dijo el delantero, sin voz y con los ojos llenos de lágrimas. En el final, Úbeda lo cambió para que la Bombonera le dedicara su primera gran ovación. El premio para un chico que creció a los golpes, dentro y fuera de la cancha, para que el Changuito quedara atrás y se convierta, por fin, en el Chango Zeballos.






