La locura ‘made in’ Argentina propició el big business de Domínguez y compañía. A sociedad enferma, dirigentes prósperos. El Real Madrid fue anfitrión y socio en la recordada final del Bernabéu.
La Federación Española de Fútbol jugó el partido de la anuencia. Resignados, los argentinos tuvimos que ver la final de la Libertadores de América en Europa y por TV. Para más inri, los hinchas de River y Boca debieron endeudarse y cruzar el Atlántico para ver a sus equipos. El manual del despropósito escrito con faltas de ortografía. Cómplices por aquí y por allá. Sospechas al por mayor. Acusaciones a la carta. Fuimos el hazmerreír del mundo.
Yendo al fútbol, aquel 9 de diciembre de 2018 quedó marcado con letras de campeón en la historia de River. El golazo de “Maluma” Quintero; la corrida eterna del “Pity” Martínez. La vuelta olímpica de la Banda en la Casa Blanca. La consagración definitiva de Gallardo. El día más feliz en la vida deportiva de River Plate tu grato nombre…
Presurosamente, Boca se juramentó revancha. En la peor derrota de su historia, el Xeneize inició la revolución. Adiós “Mellizo” Barros Schelotto; hola Gustavo Alfaro. La operación salidas se dio naturalmente. Jara, Gago, Pérez, Nández, Benedetto, etc.
En tanto, River perdió al Pity y mantuvo la base. Ni la lesión a largo plazo de JuanFer alteró los planes de Gallardo. Al contrario, el River del Muñeco es un equipo europeo compitiendo en Sudamérica. Licencia futbolera para la analogía: River es el Liverpool de la región. Colectivo intenso y letal. Juega a la velocidad de la luz. Presiona a lo Klopp. Es vertiginoso y audaz. Enfocado, la contundencia lo define.
¿Y el Boca de Alfaro? Un equipo en gestación y lleno de recursos. El 4–4–2 lo equilibró. Andrada es un arquero de Selección. Alexis llegó y enamoró. Marcone es toda una declaración de intenciones. Salvio conjuga con jerarquía. Wanchope persigue la mística goleadora de Palermo. Consumada la radiografía de los enemigos íntimos, el horizonte de Libertadores los volverá a enfrentar. El morbo tiene reservado palcos en el Monumental y la Bombonera. Salvo catástrofe, octubre será el mes de los Superclásicos de América.
Al respecto, la pregunta del millón. ¿Estamos preparados para un nuevo Boca–River de Copa? Los argentinos solemos reincidir en el error. A la hora del fútbol, la pasión nos desborda. Y los fanatismos se exacerban. Es momento de parar la pelota y pedirle a la clase dirigente mesura y respeto. Renunciar a las chicanas y las diatribas calmaría los ánimos.
Serán dos semifinales calientes adentro de la cancha. Habría que bajarle el tono afuera. La responsabilidad es de todos. Nadie puede hacerse el desentendido. Luego, el operativo policial deberá ser perfecto. Basta de zonas liberadas y de efectivos ausentes. Fuimos abonados al papelón en el 2018. Por ello, el desafío será reivindicarnos. River y Boca son nuestros mayores embajadores futboleros. Parafraseando a Javier Marías: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Tengamos dos River–Boca en paz.