Ariel Holan escribió el libreto de sus sueños. Lapicera roja en mano, la inspiración fluyó naturalmente. Gambeteando prejuicios y descalificaciones –los mediocres son una plaga que se reproduce a la velocidad de la luz– el autor de la Novela Sudamericana diseñó una obra brillante. Optimizando los recursos, el DT del Rojo construyó un equipo moderno con un repertorio clásico. Asociaciones con intención de lastimar al rival, superioridad numérica en la presión, transiciones verticales, espíritu competitivo, protagonismo como premisa. En poco tiempo, Holan le devolvió la identidad a Independiente. Y lo hizo incluyendo a todos en el proyecto. Arrancó convocando a las viejas glorias del club. Entre otros, Bochini, Bertoni, Santoro y Pavoni se sumaron a la causa. Al sentirse importantes, los históricos campeones se vincularon naturalmente con los Holan Boys. Así, le transmitieron vivencias, experiencias, consejos, conocimiento. ¿Cómo se generó la química entre Holan y la exigente afición del Rojo? Amor de hincha a primera vista. Sentimiento de tablón. Y un equipo que les devolvió la ilusión.
Presurosos, los jueces de la pelota que atrasan treinta años condenaron a Holan en la víspera. ¿Cómo un ex entrenador de hockey puede dirigir al glorioso Independiente? Utiliza drones y se quiere hacer el moderno… ¿Acaso no sabe que está dirigiendo un grande y que acá hay que ganar o ganar? Holan respondió los agravios con silencio. Y paciencia de orfebre. En poco tiempo, Independiente incorporó los conceptos del entrenador. El 4-2-3-1 fue mucho más que un número. Las piezas se acomodaron y el colectivo explotó. Sin Rigoni–mudó sus gambetas al Zenit de Mancini–, Barco y Benítez se adueñaron de las bandas. Y del fútbol de Etiqueta Roja. La metamorfosis de Meza fue brutal. De jugador vertical a jugador conceptual. De jugar a la pelota a jugar al fútbol. ¿Gigliotti? De fichaje cuestionado al indiscutido “9”. Bustos y Franco fueron revelaciones; Tagliafico, el Gran Capitán. Cerrando el círculo virtuoso, Campaña le dio seguridad a un arco pesado. Y un plus muy valorado por su DT: buen juego con los pies.
Holan consiguió lo que todo DT de elite anhela. Darle identidad al equipo, funcionamiento al sistema elegido y potencialidad a las individualidades. Todos mejoraron. Todos le creyeron. Todos se involucraron. Por eso, la final de la Sudamericana citó al Rojo en el mítico Maracaná. Allí, los Holan Boys se graduaron. Emulando la gesta de Avellaneda, le remontaron el resultado al poderoso Flamengo. El triunfo tuvo heroicidad y mística. Fútbol y atrevimiento. Coraje y juego. Independiente jugó contra los de adentro y los de afuera. Antes y durante el partido. La final de Barco. La personalidad de Tagliafico. El partido de Gigliotti. La jerarquía de Meza. El planteo de Holan. Y un día volvió el Rey de Copas… Bochini sonríe abrazado a la pelota; el Pato Pastoriza grita desaforado en el paraíso de los DT; Bertoni es una lágrima de gol; Santoro ataja la emoción; el Chivo Pavoni se abraza con el heredero Tagliafico. La gloria se vuelve a vestir de Rojo. El Diablo Holan llora desconsolado. La película del campeón se consumó en el sepulcral silencio del Maracaná. ¡Felicitaciones, Independiente!