México cierra los ojos ante el racismo, pero siempre ha estado ahí. Un velo de discriminación se extiende desde los rincones más públicos hasta los más íntimos y lo cubre todo. La oportunidad de estudiar y tener un empleo digno. Ser condenado por un crimen que no cometiste o ser sometida a tratamientos anticonceptivos contra tu voluntad. La entrada a un bar, un restaurante o un centro comercial. Los noticieros de todas las cadenas, los bombardeos de publicidad aspiracional y las telenovelas que se exportan a decenas de países con protagonistas rubios, héroes blancos y villanos prietos. Se dice que «hay que mejorar la raza» al buscar pareja, que «trabajaste como negro» cuando vuelves a casa y se te pide que «no seas indio». La lista de frases y dichos racistas es interminable, pero en el fondo hay un hecho ineludible: el estigma de ser llamado «indio» o «negro» aún marca la vida de las personas, lo que pueden reclamar y hasta dónde se les permite llegar.
