El título responde a una frase que le dice Alfredo a Totó en la genial película ‘Cinema paradiso’ cuando este último se marcha a Roma para cumplir su sueño de dedicarse al cine. Recordé la frase este verano al observar al chico encargado de darnos el gel para las manos, y así entrar en la piscina desinfectados por nuestro bien y el de los demás. Se llama Jesús este venezolano recién llegado a España en busca de una vida mejor.
En esa búsqueda, le llegó este pequeño trabajo de verano, y nos tocó en suerte que sea en la piscina de la urbanización donde vivimos. Digo que nos tocó en suerte porque es una persona tan respetuosa, tan exquisita en su tarea que sorprende. Enseguida conocerlo vino a mi mente las palabras del título, porque Jesús hace su tarea como si fuera la más grande e importante del mundo, ¿acaso no lo son todas? Cada día nos espera en la verja de la piscina para ofrecernos ese elemento que se ha vuelto tan indispensable y el elixir contra el maldito virus; una tarea sencilla, fácil, que cualquiera podría hacerla, pero él la lleva a cabo con tanta entrega, con tanto mimo que no puedo dejar de sorprenderme cada día. Siempre le agradezco su servicio; gracias a él estamos seguros de que todos entramos con las manos limpias, gracias a su buena disponibilidad siempre con una sonrisa y su ‘chévere’ como respuesta al ¿qué tal?, me predispone a valorar con más fuerza el entorno en el que me encuentro: unos jardines y una piscina que son un lujo en esta Madrid ardiente de julio y agosto, y al pasar por esa puerta que él preside, cual solícito alabardero, transforma ese pequeño espacio de aguas frescas y transparentes en nuestro palacio de verano. Jesús ama lo que hace, no importa cuán importante sea a los ojos de los otros; él mima su trabajo y así nos mima a nosotros, los usuarios de este trocito de paraíso en el tórrido verano madrileño.
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