Podríamos pensar que cuando la relación de pareja va bien la sexualidad discurre también libremente, al ritmo de otras áreas (compartir responsabilidades, un proyecto común, la relación afectiva, los hijos, etc.).
Pero lo que vemos es que la sexualidad, además de su potente calor erótico, de placer sensual-sexual, se convierte en aquel espacio-tiempo donde las parejas van a resolver muchos de sus conflictos, en su lenguaje propio. Si este espacio queda obturado, bloqueado, “si se deja de ir a la cama” digamos, vemos cómo la pareja empieza a hundirse; como si en el acto de perder ese encuentro, se perdiera “un hermoso día en el campo donde los dos, solos los dos, podemos arreglar nuestras cuentas vitales”.
Y es que el “sexo de reparación”, con sus tactos, sus caricias, sus confesiones y transgresiones, su entrega y demandas al otro, funciona como un antídoto que cura las heridas que se infringió la pareja durante el día (pensando que el sexo es de noche). Vemos que muchas relaciones, en este sentido, luego de broncas y desencuentros, se van a la cama, se acuestan y al otro día pueden volver a comenzar con otro tono vital, con otro calor emocional.
Pero también es cierto que la sexualidad, con su lenguaje, escenifica asimismo los conflictos. Falta de erección o de orgasmo, sequedad vaginal, disfunción eréctil son (descartadas obviamente las causas médicas) los signos de este lenguaje. “Me dijo que no era capaz de hacerle disfrutar en la cama” exclamaba un paciente que, posteriormente, le era imposible disfrutar de su sexualidad en la relación.
Pequeñas(o grandes) heridas que repercuten sobre este espacio y que llevan a la necesidad de ir de la cama al diálogo, para arreglar esta vez con palabras las cuentas de cada uno con el otro, y que esas heridas que obstruyen la sexualidad puedan ser curadas.