He leído una frase a propósito de esta pandemia que nos tiene confinados desde hace muchas semanas que me gustó por lo que encierra de sabiduría y, además, dio pie para este escrito: ‘El futuro es la suma de los presentes’. ¿Vale la pena programar tanto ese tiempo venidero que ni siquiera sabemos si llegaremos a ver y a vivir? Quizás suene pesimista esta pregunta, pero para mí no lo es.
Planificando ese incierto futuro se nos escapa el presente, ese presente que es un regalo porque es lo único que tenemos, único lugar donde somos, estamos, sentimos, hacemos y tenemos, no hay otro por mucho esfuerzo y tiempo que le dediquemos preocupándonos pensándolo, y creyendo que cuando llegue ese momento que me empecino en diseñar a mi manera, todo será como yo lo imagino. Craso error. Por supuesto que el futuro llega, pero seguirá siendo la suma de los días presentes y no ese proyecto que tienes en tu cabeza. Así, tal cual lo piensas, no será. Será mejor, será peor, pero igual no, porque las circunstancias serán otras, porque nosotros seremos otros y porque la vida se mueve constantemente y nosotros con ella.
Cuando llegó esta locura materializada en el virus letal, que ha puesto al mundo entero patas arriba, se me vino a la cabeza una idea que no puedo quitármela, pero tampoco me atrevo a confesar en voz alta por temor a que me tilden de bárbara, supersticiosa o medieval: que este monstruo híperdiminuto, nos lo había enviado alguien del más allá, una plaga ‘divina’, ponle el nombre que más te guste, para sacudirnos y hacernos reaccionar de lo mal que lo estábamos haciendo. El hombre haciendo y deshaciendo a su gusto. El planeta respira aliviado mientras sigamos encerrados. La contaminación ha descendido o desaparecido en muchas ciudades, los animales se están paseando por sitios antes vedados para ellos; he visto imágenes tan graciosas como bellas de playas llenas de flamencos.
Pienso en las reuniones entre amigos, familiares o salidas en pareja y todos con el móvil, extensión de nuestras manos, escribiendo o hablando a ese otro/a que no estaba allí, que estaba allá; escenas que siempre me resultaron tristes por lo absurdas, con ese mensaje subliminal de que no me interesa con quien estoy, prefiero al que está del otro lado aunque no pueda verlo ni tocarlo… Tristes imágenes de esta modernidad que tiene tantas cosas buenas, sus avances científicos, médicos y tecnológicos y su contracara con situaciones deshumanizadas al hacer un mal uso o uso excesivo de las nuevas tecnologías.
Esta semana la mitad de España ha pasado a la fase 1 del confinamiento y muchas ciudades lo han hecho con una alegría desbordante que me ha resultado exagerada. Exagerada porque este virus letal sigue aquí entre nosotros, no lo hemos vencido todavía, y sabemos que solo lo venceremos con una vacuna que aún no existe, por lo que al ver las imágenes en televisión de tal estallido de felicidad no me he sentido identificada con ellas, más bien al contrario, he pensado que era una suerte seguir en la fase 0 porque eso significa que aún podemos protegernos y proteger a los otros. Vivir el presente sí, por supuesto, pero este presente que nos toca vivir nos demanda una gran responsabilidad a todos y a cada uno de nosotros. Nuestra vida era virtual antes del virus y el virus nos ha obligado a que siga siéndolo, entonces por qué tanto alboroto por cambio de fase. No es menos presente estar en casa para preservar la salud pública. Es un presente tan valioso como cuando podíamos movernos libremente, o incluso más porque al vernos obligados a permanecer encerrados ese presente se hace más tangible, más real, más duradero. Algunos lo saboreamos, lo estiramos, lo alargamos precisamente porque tenemos más tiempo; a otros les parecerá lento, aburrido, vacío, demasiado presente que hay que llenar con actividades, principalmente cuando el espacio es reducido y hay niños sin escuela. Pero el presente no te exige nada, solo que lo valores, que lo vivas como mejor puedas, que lo sientas, que lo disfrutes, a pesar de todo, pues se trata de ese tiempo que tanto reclamamos cuando no lo tenemos, obligados por las prisas de un ir y venir infatigable.
Ya lo dice el refrán ‘vive como si fueras a morir mañana (carpe diem) y como si fueras a vivir 100 años (prudencia, paciencia, respeto, amabilidad, comprensión, esfuerzo)…” pero ¿el futuro? ¿qué futuro?
Un aplauso infinito para todos aquellos que están dedicando cuerpo y alma para salvar a otros. Son los héroes y deseo que sean reconocidos ahora y siempre.