Autor: Nicolás Di Pasqua .
El conflicto que mantiene parado el fútbol argentino parece comenzar a destrabarse separando la AFA y la Superliga en el corto o mediano plazo.
El material aportado por la experiencia de Javier Tebas parece haber dejado mella en el seno de los aspirantes a comandar el negocio. Un modelo que no parece adaptarse a las necesidades de nuestro medio sería el nuevo camino elegido
El 15 de diciembre de 1995 el mundo del fútbol recibió un cimbronazo violento que cambió su naturaleza para siempre. Cualquier vestigio de romanticismo que cubriera de deportividad a la pelota y sus protagonistas fue borrado de un plumazo en los juzgados de Luxemburgo. La Ley Bosman decretaba el comienzo de un negocio multimillonario, e involucraba con mucha más fuerza a los hombres de guante blanco que, con sus lapiceras cargadas de dólares, tomarían el protagonismo que hasta allí ostentaban los Maradona, Pelé, Cruyff o Platini, a partir de sus maravillosas destrezas técnicas.
Fue así como aparecieron personajes tan polémicos como contundentes que comenzaron a dirigir el terreno en todos sus ámbitos. Directivos, intermediarios, representantes, abogados, informantes y hombres influyentes del poder político –entre otros tantos personajes-, comenzaron a sacar tajada del fútbol en todas las latitudes. Los goles pasaron a segundo plano y jugadores, entrenadores, clubes, vestimentas y hasta la pelota misma, comenzaron a ser mercancía altamente valorable a todo nivel. Las grandes cadenas televisivas y los entramados circuitos de influencias propuestos por Joseph Blatter y su eficiente ladero, Julio Humberto Grondona, hicieron el resto. El deporte más popular del mundo pasaba a ser un escenario con gran margen de maniobra para realizar cualquier tipo de movimientos que involucraran enormes cantidades de dinero.
En este terreno se fueron formando los grandes conductores del nuevo mundo del fútbol. Así encontró su lugar Javier Tebas, un abogado que supo moverse en el barro y fue escalando minuciosamente, asegurando su status y tejiendo relaciones, hasta los perfumados aires de los altos despachos de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) que hoy preside. Fue asesor ante los problemas de los pobres y condescendiente con los mandatos de los poderosos. Hoy comanda a los unos y es necesario para los otros generando un crecimiento inusitado en el fútbol español a partir de la comercialización de sus derechos, mientras agranda convenientemente la brecha entre los que deben ganar y los que deben perder con un reparto de dinero que roza lo vergonzoso. Hoy los pobres son más ricos, es cierto. Pero al lado de los poderosos los pobres pasan a ser indigentes. Así es el negocio. Así se vende y así funciona.
En contrapartida, el fútbol argentino sufre la pérdida de aquel señor que recorrió ese camino en otro mundo futbolístico, pero supo adaptarse a las nuevas posibilidades que entregaba su deporte preferido. Entre Maradona y Messi supo perpetuarse en el poder de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), sobreviviendo a los distintos volantazos políticos de un país en eterna crisis.
La muerte de Don Julio, tras la Copa del Mundo de 2014, dejó a la vista la falta de liderazgo de un cúmulo de dirigentes que asentían o denegaban proyectos con la venia del máximo mandatario. De dicha actitud dependían los premios o castigos que sostenían equilibradamente un sistema que convertía a los clubes en esclavos de AFA y al máximo organismo futbolístico en una especie de circo romano cuyo Nerón bajaba o subía el pulgar según el grado de obediencia recibido. Aun así la muñeca de Grondona permitía a la AFA mostrarse fuerte hacia afuera y formar parte importante del mundo FIFA a través de su relación íntima con Blatter, a quien había ayudado enormemente a alcanzar la presidencia.
Con estas realidades distintas y un océano de por medio, Tebas y la AFA han encontrado un punto en común. Con el proyecto de la Superliga en pañales, en mayo de 2016, el hábil abogado nacido en Costa Rica fue convocado por los aspirantes a proyectar un nuevo intento de salvataje del futbol argentino. Allí escucharon la voz de la experiencia. Probablemente la misma que escuchaban de Grondona pero ahora con un tono menos imperativo y más conciliador. Supieron las ventajas de comercializar favorablemente los derechos de imagen y televisación de la liga y de sus protagonistas. Debieron tragarse forzadamente las amplias posibilidades de éxito que tendrá el negocio si se vende a partir de los poderosos, entregándoles favores que prioricen su felicidad. Se ilusionaron con las altas posibilidades de rentabilidad devenidas de la venta al exterior de la televisación del certamen. Fueron testigos de una clase formativa acerca de las bases del éxito de una competencia despareja. De cómo conformar una federación a la que no le importa que el pueblo participe de su fiesta. Quedaron hipnotizados con un presidente que mira hacia afuera para llenar las billeteras y hacia adentro para dar las palmadas correspondientes a sus principales socios: Mediapro, Barcelona y Real Madrid.
Tres trimestres después, el fútbol argentino sigue dando vueltas sobre la idea. Los pobres tienen otras influencias y quieren ser parte del negocio. Los poderosos le dan la razón a Tebas. La clase media del fútbol sabe el costo político que significa quedar a merced de las sobras de Boca y River. El proyecto no cuaja. La realidad es distinta. El Gobierno Nacional también participa de la lucha. Y el fútbol se desangra en favor de los más fuertes mientras los de abajo necesitan que la pelota ruede para que sus empleados –jugadores y cuerpos técnicos incluidos- puedan solventar la comida de sus hijos.
Con todo esto sobre la mesa y el fútbol esperando el pitazo inicial, ¿alguien pensó en el juego? Un juego discreto, con pocos jugadores de nivel, donde destacan los pocos chicos que escapan a la media o los veteranos que quieren gastar sus últimos cartuchos sin las exigencias tácticas que propone el futbol europeo ¿Alguien se detuvo a revisar lo que está ocurriendo con la formación de los futbolistas? Jugadores surgidos a la máxima categoría con enormes deficiencias técnicas que quedan demostradas en los clubes y en los seleccionados juveniles. ¿En qué lugar de la lista de prioridades está el simpatizante? Ese que paga la entrada –y próximamente el derecho televisivo-para presenciar un fútbol de escaso nivel que resulta competitivo hacia abajo. Ni hablar de estructuras de trabajo, de infraestructura edilicia, de la exclusión de los violentos y de cada uno de los temas actuales que hacen del fútbol argentino un espacio intolerable, solo resistible por la extrema pasión del hincha.
A Tebas le irá muy bien con los números y las relaciones en una competencia con escasísimo nivel de sorpresa, pero con caras visibles comercialmente rutilantes. Los directivos argentinos se estarán refregando las manos pensando en la catarata de dinero que pueden recibir –y seguramente despilfarrar nuevamente- con una nueva “privatización” del fútbol. Pero el modelo español tiene poco margen de aplicación en una sociedad con otras urgencias donde todos piensan en ganar y no toleran el mandato del poderoso. Claro que siempre es conveniente mantener a las muchedumbres felices. Y parece que hacia allí transita nuestro fútbol. La AFA será de los pobres. El negocio será de los ricos. Como siempre.