Todavía existen las playas desiertas y kilométricas en pleno mes de agosto.
Al norte, al sur y al oeste, España tiene decenas de playas donde escoger para pasar las vacaciones de verano. Calas grandes y pequeñas, playas urbanas, nudistas o accesibles solo a través de largas caminatas. Arenas bañadas por el cálido mar Mediterráneo, el infinito Atlántico o el fresco y limpio Cantábrico.
Pero pocas de ellas pueden presumir de tener kilómetros y kilómetros de arena donde elegir tumbarse sin tener a nadie a la vista hasta unos cuantos metros a la redonda, o sin que el vecino de sombrilla se convierta en un integrante más de nuestra toalla.
Una de esas privilegiadas está en un rincón de Huelva cuyo nombre está mal escrito, pero ése es su único defecto. El Rompido es un pueblo de pescadores que asoma al mar Atlántico desde el río Piedras, entre Lepe y Punta Umbría. Junto con El Portil y Nuevo Portil se enfrentan a una marisma, desembocadura del río antes mencionado, antes de llegar al mar y, entre unas y otras aguas, se extiende una lengua de arenas vírgenes que son sus paradisíacas playas.
Un viejo faro domina las pocas calles que forman parte de El Rompido, pintadas con las humildes, bajas y blancas casas de sus habitantes habituales, de puertas y ventanas abiertas durante todo el verano. Una vía de no más de cinco cuadras lleva desde el faro hacia la pequeña plaza central, con su iglesia y los chiringuitos que presumen de tener las mejores gambas del mundo, además de coquinas, chirlas, almejas y otros mariscos. En el camino, unos cuantos bares y restaurantes miran hacia la playa con más delicias del mar en sus cartas, a precios también bastante exquisitos. Un pequeño centro comercial al aire libre, con balcón al puerto deportivo y a la puesta de sol completa la oferta de ocio y gastronomía del lugar.
Aunque lo mejor del sitio está en la oferta de sol y playa. Dos embarcaciones llevan a los visitantes desde un muelle hasta la otra orilla de la marisma. Uno más grande, en un trayecto de unos ocho minutos deja a los pasajeros al pie de una pasarela más corta que conduce a una playa en la que hay alguna señal de vida, con tumbonas y sombrillas para alquilar. La lancha más pequeña hace un recorrido más corto aunque la pasarela de madera que hay que atravesar por encima de unas leves dunas es mucho más extensa. La recompensa está cuando acaba. Una playa interminable y desierta para donde se mire, con un mar verde, abierto y a una temperatura perfecta. Calmo en días sin viento y algo más bravo cuando sopla algo de brisa que trae esas olas típicas de la costa bonaerense. Las playas también traen reminiscencias de sitios como Villa Gesell, Pinamar o Valeria del Mar, aunque con un mar más tibio y un cielo, en general, menos traicionero.
Los pocos hoteles que hay en el pueblo, como Fuerte El Rompido o el Precise Resort, tienen o bien servicios de transporte hasta el puerto, o los pasajes en barco incluidos en el precio.
Para unas vacaciones en familia o en pareja, con la paz, la tranquilidad, el sol y la playa como meta, en un rincón de Huelva hay un lugar mal llamado El Rompido.